Cierra los ojos conmigo y recuerda la primera vez que sentiste esa llama que te quemaba por dentro y que, cual llama olímpica, nunca jamás se apagó. Piensa en aquel día en que estabas haciendo cosas triviales que no alcanzas a recordar, o si, pero que dejaron de ser importantes por motivos que se escapan a tu control.
Recuerda ese espíritu que, envuelto en el papel de regalo mas bonito que hayas visto jamás, apareció delante tuya y te hizo sentir débil, ínfimo, etéreo. Imagínate no tener las fuerzas o sentirte tan inseguro como para no poder acercarte a ella y decirle todo lo que acaba de recorrerte el cuerpo y el alma. Parecía que el tiempo se detuviese y que nada ni nadie más importase. No había espacio, ni problemas, solo un mar de dudas entre tu y ella.
Lo imaginas? Pues ahora imagina que vuelves cada fin de semana solo con una vaga esperanza de poder verla y siquiera decirle un “hola” justo antes de salir corriendo porque no encuentras argumento alguno para iniciar una conversación o piensas que ella te mirará mal y se te clavará en el corazón una estaca que nunca nada ni nadie podrá quitar. Estamos en contexto? Pues ahora imagínate que esa persona se convierte primero en motivo de tus poemas, deseos, sueños y futuros que no tienen sentido pero que no puedes evitar pensar.
Y que luego acaba por irse diluyendo ante el ineludible azote de la realidad y decides ir tratando de olvidar y pasar página mientras esa espinita se te queda clavada porque nunca pudiste demostrarle que tu eras quien le habría tratado como el diamante que es mientras podías ver claramente como sólo jugaban con ella por diversión para luego dejarla hecha unos rastrojos en el suelo sin nadie ni nada que pudiera consolarla lo suficiente.
Imaginas ese dolor? Esa empatía que te hace sentir impotencia por no poder darle la solución a sus problemas de adolescente con el corazón roto.
Imagínate a esa persona que te inspiró a escribir poesía. Ella era tu mejor poema. Ella te hizo ser la más estricta definición de romántico que pudieras encontrar en cualquier diccionario. Imagínate que una vez le regalaste una rosa pero no pudiste acompañar ese gesto con nada mas que una sonrisa impávida.
Imagina que descubres que estás loco perdido por la comisura de sus labios, y de su mirada perdida. Y que estás en una peligrosa frontera entre querer a esa persona y obsesionarte en exceso. Y que decides pasar pagina, seguir tu vida y vivir en busca de nuevas historias de amor que por una u otra razón terminan por saberte a poco. Ella era la que hacía desaparecer todos tus problemas. Imagina que todo esto es real pero que nunca pudiste contarle todo esto a ella. Imagina la sensación de sentir que te dejaste tu mejor obra en el tintero por miedo a dar un paso en falso hacía un vacío de seguridad, en el que casi seguro que terminarías por caer hasta el mas oscuro rincón del olvido.
Ella era tu primer y único prototipo de belleza, porque solo hiciste prototipos porque entendiste que lo único que podías hacer era buscar lo mas parecido a ella que pudieras encontrar por ahí.
Que conviertes ese estado de “casi como ella “ en lo mas perfecto que vas a encontrar y ni siquiera así lo encuentras. Lo imaginas? Imagina que es tan genial, que ni ella misma se da cuenta, pero que, sin embargo, en cualquier contexto y en cualquier situación pueda aparecer una persona que, como tú, se de cuenta de lo que tu has visto y decida ir a por su corazón sin que a ti te de tiempo a reaccionar o que, tal vez, ni siquiera puedas porque sientes que no eres suficiente para ella.
Y que tu no mereces el honor de tener la exclusividad de su mirada de afecto. Imagínate que la olvidas, consigues por fin dejar de pensar en ella pero sin evitar tener un flashback de proporciones inconmensurables cada vez que ves una foto suya o te cruzas con ella.
Imagínate que pasan los años y de repente, vuelves a recordarla por alguna extraña casualidad. Y ella está sufriendo por un desamor. Han pasado muchos años y no sabes muy bien que decirle y como. Pero lo que si sabes seguro es que no quieres que esté mal y que necesitas hacer algo para que saque esa sonrisa a relucir de la que un día tu quedaste prendado. Y de que ella exhale y suelte todo lo malo y pueda volver a respirar y retome ese brillo que, aunque no te incluya a ti, sabes que se merece tener.
¿Qué has de hacer? Qué has de hacer si crees que ella nunca te verá como realmente eres debajo de una dudosamente atractiva carcasa. Que has de hacer si no puedes contarle con palabras lo que eres y no tienes ocasión de demostrárselo, y si así fuera, nunca reunirías el valor de decírselo por miedo a llevarte ese rechazo que conseguiste de una dudosa manera eludir siendo solo un adolescente.
Imagínate que quien se hace todas esas preguntas soy yo, y de quien hablo eres tú. Y que no encuentro la manera de decir nada sin pensar en que no quiero arruinarlo todo, ni provocar que nunca jamás vuelvas a querer dirigirme la palabra.
Porque todos los artistas se enamoraron de sus musas pero, algunos consiguieron comer perdices con ellas y otros muchos no, algunos pudieron seguir teniéndolas presentes y lo suficientemente cerca como para seguir siendo creativos para con el mundo que les rodeaba, y otros muchos solo encontraron amparo en el final de sus vidas para evitar lo más difícil para cualquier romántico empedernido, vivir sin amor.