Nacemos, crecemos, vivimos, reímos, lloramos, amamos, odiamos, maduramos y, una vez que hacemos todo eso, solo entonces envejecemos. Solo para dar buena cuenta de que volvemos al origen del ciclo, léase aprender a andar, necesitar ayuda para comer, bañarte y otros menesteres, si bien sin dejar de lado un único fin, disfrutar de las cosas sin ningún pero y sin subterfugio alguno.
A menudo, muy a menudo de hecho, no reparamos en cuantas cosas nos mueven en el día a día. No caemos en la evidencia de que hay ciertos patrones, acciones y hechos que nos condicionan positiva y negativamente a la hora de afrontar nuestros quehaceres diarios y de acometer nuestras mejores y peores empresas.
Un abrazo, un cruce de miradas, una nota en verde de un examen, una cita el viernes, un cumplido a destiempo, una casualidad aparente, una sorpresa grata o caída en desgracia. Un libro en una mesilla, un cielo estrellado en un mal día, un almendro en flor, una subida de azúcar, una victoria en el juego de moda o un cigarro a solas después de cenar.
Hay, sin lugar a dudas, miles de elementos que, por una u otra razón, nos mueven hacía delante o hacía atrás. Como si fuéramos la marea, a veces de noche de lluvia y otras de luna llena. ¿Y sabes qué? No es culpa tuya si el mar está agitado o está en perfecta armonía con tus sentimientos. Simplemente no elegimos lo que nos viene a continuación. Y de nada sirve prepararse para un Apocalipsis que nunca termina de llegar. Es mejor deslizarse por la vida con todas y cada una de sus consecuencias. Sin reparos, sin miedos, sin resentimientos.
Cada segundo cuenta, tic, tac. Cada momento y cada persona son un tesoro por descubrir, para los demás y para sí mismos. El devenir incierto de nuestra voluntad solo nos conduce inexorablemente a cometer cientos de aciertos y errores. Y precisamente en eso consiste soñar. En aspirar a que en efecto querer es poder y que no hay nada ni nadie que pueda detenernos. Porque nosotros siempre tendremos un plan de viernes, un paisaje bonito y una lágrima por derramar.
Porque la vida no está hecha para preguntarse lo que hubiese pasado o lo que hubiese cambiado si hubieses reaccionado de una forma distinta. Lo hecho hecho está. El pasado está ahí para dar sentido a soñar con un futuro mejor. Y nada ni nadie puede interponerse entre nosotros y nuestros sueños. Y si no consigues llevarlos a cabo, encontrarás, como hacía Chaplin con los principios, otros nuevos.
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