Os dejo aquí el texto que me ha pasado mi amigo Txus para que, con sus grandes y geniales letras os deleite como me ha deleitado a mi, de verdad, un magnifico texto, muy fácil de leer y que a la vez invita a una poderosa reflexión interior. Quiero darle las gracias públicamente como ya lo he hecho en privado por colaborar con su granito en que este Blog siga creciendo. Os invito a lo demás a hacer lo propio. Sin mas dilación, doy paso al mismo.
Al despertarme, tras una noche de placido sueño, advertí que no conseguía abrir mis ojos, todo a mi alrededor era oscuro, entreveía siluetas sin forma, como bultos en mi camino hacia la puerta de salida de la habitación. Mi garganta no lograba graznar sonidos de auxilios. Por mi interior desfilaban todas sensaciones de nerviosismo, de padecimiento y de rechazos al ordenarle a mi cuerpo moverse para buscar ayuda.
Entendía que debía permanecer sosegado en mi cama reclamando serenidad y sosiego. Tan agotado me encontraba, que volví a quedarme dormido, adentrándome en un nuevo sueño.
Desperté en una gran avenida de cuantioso transito de gente, todos llevaban una venda en los ojos, yo pretendía reclamar su atención pero nadie advirtió mi reclamo. Seguí caminando hasta llegar a una playa y me senté a mirar el mar. La playa permanecía vacía, nadie paseaba, nadie se bañaba, no se oían las risas de los niños, aquella playa, que en ocasiones anteriores estaba llena de vida, en mi sueño persistía muerta.
De repente, un señor anciano se sentó a mi lado y sin mirarme señaló en dirección a una pequeña isleta en medio del mar.
¿Qué encontrare allí? Le pregunte
La respuesta a tus miedos. Deberás ir nadando hasta allí , es la única forma de llegar. ¿A que esperas?.
No lo pensé ni dos veces, y me sumergí en el mar. La travesía hasta la pequeña isleta no era tarea fácil y comencé a nadar. El mar estaba en calma, pero a mitad del trayecto las corrientes de aguas frías mellaban en mi cuerpo, seguidamente un oleaje fuerte se empezó a interponer en mi camino, las olas me agredían con mas rabia al acercarme a mi destino, y las mareas de algas se pegaban a mi cuerpo con la intención de frenar mis brazadas. Desorientado me encontraba y pensando en volver a la playa, cuando antes mis ojos una mano se extendió y me ayudo a subir a tierra firme, percatándome que se trataba del mismo anciano que me encontré en la playa.
Deberás esperar sentado y en silencio a que llegue la caída del sol y nazca la noche, con su aparición entenderás el porque de este viaje hasta aquí.
Se alejó lentamente y yo le grite: ¿Cuál es tu nombre, noble anciano?
Me miró fijamente a mis ojos y esbozo una leve sonrisa. “Me llamo Destino” y te he traído hasta el camino por el cuál debes de transitar buscando tu felicidad.
Al llegar la noche aviste una candente y brillante luz que provenía de un faro al final de la isleta.
Yo seguía allí sentado, observando como el sabio anciano me había indicado, y poco a poco fueron apareciendo personas a sentarse también ante la luz de aquel faro.
Mientras se sentaban, dejaban caer vendas de sus manos, y todos mirábamos hacía aquella luz. Había personas de todas las edades, de todas las razas, de sexo masculino y femenino. Todos permanecíamos sentados. Cada vez se aproximaban mas personas y mas vendas caían al suelo.
Me sentía tranquilo, nadie me miraba mal, nadie me señalaba, todos permanecíamos en un estado de tranquilidad, de armonía. De repente las personas se empezaron a besar, hombres con hombres, mujeres con hombres, mujeres con mujeres, y seguidamente llegaban abrazos, risas. Nadie miraba a las personas que tenían al lado con desprecio, era todo normal.
Al volverme un chico me abrazo y me beso, me sentía plácido sin miedos. El chico se alejó y una mujer me volvió a besar con el correspondiente abrazo. No me apreciaba nervioso, no padecía inseguridades, mi cuerpo no rechazaba los besos de la mujer ni los abrazos del chico.
Se formaban parejas que unidas por las manos se lanzaban al mar para regresar a la playa.
Aquella mujer tomo mi mano derecha y el chico la mano izquierda y los tres juntos nos sumergimos en el mar hasta llegar a la playa. Allí en la orilla nos separamos y yo volví a tomar el camino de regreso por la gran avenida de mi ciudad.
Seguía el acelerado trascurrir de gente y al pasar a mi lado, sus vendas se caían como las hojas de los árboles al llegar el otoño. Cruzábamos nuestras miradas y sentí tolerancia y compostura cuando me observaban, pero sobre todo una gran liberación de culpabilidad.
La luz del faro era simplemente los esfuerzos de muchas personas para iluminar a todos aquellos que eran invidentes y no deseaban vernos tal y como somos por dentro.
Mi nombre es Txus Leal, era invidente como muchas personas de la sociedad, pero no porque yo no pretendiera ver, sino porque ellos eran los que no respetaban verme a mí y por eso mas que sueños, sufrí durante mucho tiempo pesadillas.
Como director de este cortometraje, quiero darle las gracias a todas las personas que me iluminaron para escribir este cortometraje, y a todos aquellos que encontré en esa isla y se sumergieron conmigo en las aguas de su realización.