enero 16, 2021

Érase una vez (Parte 2)


 En un mundo en el que la gente de tu alrededor te violenta física y psicológicamente hablando, el ser humano tiene delante alguna que otra decisión por tomar. Pero quizá la más importante sea el elegir si prefieres luchar o rendirte. Estas dos respuestas llevan irremediablemente a hacer de tu mundo algo muy cruel e indigno. Pero no tantos se plantearon simplemente la doctrina estoica, aguantar. Aguantar no es luchar ni rendirte, pero es las dos cosas al mismo tiempo, sin embargo. Es una compleja solución para un problema sencillo y difícil. Un elegante broche a la respuesta que te conviene y que sin embargo deja secuelas mucho mas que inteligibles.

En mi caso fue aislarme por completo de la sociedad y vivir mi propia vida con mis aciertos y errores sin esperar nada de nadie ni nada a cambio de nada. Incluso cree una burbuja a mi alrededor que solo podían atravesar las mentes de los escritores ya fallecidos a los que leía incesantemente. Me encerré en mundos de imaginación supina donde yo tenía el poder de decidir mi propio destino, sin intermediarios, sin consecuencias buenas o malas. Solos yo, mi espada y mis monstruos por derrocar en sus malvados tronos de incomprensión.

Con el tiempo, esa burbuja se fue retroalimentando como el que pasa de inventar un mecanismo primario a una máquina de proporciones épicas. Mi mente había estado trabajando a mis espaldas mientras yo pernoctaba en fase REM y ella misma se retroalimentaba de esa mezcla de ego auto otorgado y de rabia y furia por vengarme de aquellas personas y situaciones en la vida que me habían hecho sufrir y padecer. Y el resultado fue algo brillante, una Super doble personalidad.

Hago aquí una pausa para dejar bien claro que en modo alguno se trataba de una enfermedad que me hacía actuar de manera errática o suponía cambios de humor radicales en un microsegundo. Sino más bien un escudo mas grande que el de cualquier emperador. Una personalidad chocante y efusiva que me permitiría relacionarme y vivir el día a día en una especie de modo stand by.

Para cuando me di cuenta de lo que mi propia mente había creado ya era demasiado tarde como para luchar contra ello, así es que decidí sacarle el mayor partido que pudiera. Nunca más y desde entonces me importarían realmente las ofensas, las conversaciones irrelevantes o la opinión en general de aquellas personas que no tuvieran mayor trascendencia para mí.

Me hice fuerte, muy fuerte, tanto que sin darme cuenta me había enfrascado en un sinfín de noches de bohemia sin ilusión y solo endulzadas por los licores que me permitían apenas recordar un ápice de la noche anterior.

Pero, sin embargo, mi otra parte del cerebro tampoco estaba trabajando porque las injerencias de mi perfil sociópata superfluo me impedían tener horas rentabilizables de trabajo para conmigo mismo al día siguiente.

De repente, un buen día, tras dos conversaciones con dos personas cuya opinión y trabajo siempre respeté me abrieron los ojos y me despertaron tirándome un cubo metafórico de agua sobre mi mente dormida para solo entonces darme cuenta de que llevaba tiempo sin haber nadie al volante. Y era la hora de volver y limpiar el estropicio, o al menos de evitar por todos los medios que volviese a suceder alguna vez.

Y tras ese momento, volví a mirar al cielo en busca del criterio de las que siempre habían sido mis guías espirituales y el método mas propedéutico de mi imaginación, las estrellas, las fugaces y las que no lo eran. Al fin de cuentas, como dice la ya resabida frase: “dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros”.

Así pues y sólo después de comprender que una estrella fugaz en realidad es solo algo que nosotros vemos a destiempo y mal, entendí que me sentía mucho más cómodo cuando ellas o quienes fuera que vivieran en ellas me dieran las respuestas que yo necesitaba. Y que no necesitaba quizá pedir como deseo “volar” sino “volver a volar”, porque yo ya había volado, estoy seguro de ello, quizá no con mi cuerpo, pero si con mi mente.

Algo más fácil de entender para un budista que para un agnóstico de a pie. Todas mis respuestas estaban ahí arriba, sólo necesitaba sacar mi mano y usar la pantalla táctil que mi mente se encargaba de dibujar sobre el mapa de estrellas. Y ese día, ese día cambió todo.


                                                                                    DPM

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