Se suele decir que hace un par de siglos se acuñó el término moderno de la paranoia, siguiendo un poco la estela de los lejanos y clásicos griegos que ya determinaban como paranous a aquellas personas que tenían una enfermedad mental.
Lo que no te cuentan, es que en griego antiguo el prefijo de esa palabra podía significar también “al margen de” y no solamente “contra”. Todo esto no responde sino al ineludible hecho de que esta Sociedad, como casi todas las precedentes (dejamos el margen de salvedad por evitar caer en el error de generalizar)se rigen con mano de hierro por una mentalidad fatalista de acuerdo con la cual todo aquello que no responda a los patrones considerados como normales es, por ende, anormal.
Y como no, si es anormal, es raro, y si es raro es malo o de peor calidad. Parece ayer cuando leí el mito de la Caverna de Platón y entendí algo tan rotundamente cierto e inalienable a la existencia humana como el miedo por el conocimiento.
Creamos teorías conspiratorias, órganos inquisitorios y religiones empoderadas por instituciones a la altura del betún. Quemamos libros de ideas opuestas, y personas por tener facultades no controlables por los mandamases. Cortamos cabezas, libertades y quemamos esos pequeños grandes espacios de conocimiento que solíamos llamar bibliotecas, y que cada vez más se ven desprestigiadas y desvirtuadas por el poder de conocimiento de que disponemos abriendo nuestro dispositivo electrónico y apretando un botón, o incluso mas vagamente, ordenamos abrirse mediante un comando de voz.
Al mismo tiempo defendemos a personas que atentan contra las leyes que nosotros mismos hemos avalado con nuestros votos y les hacemos parecer mártires cuando solo son individuos que quieren ver el mundo en llamas. Pero si aparece alguien que lucha por las verdaderas libertades, esto es, las que suponen otorgarnos algo tan preciado como es rompernos el coco a base de pensar, le desechamos por ser una especie de loco visionario sin criterio alguno.
Desechamos entender como funciona la mente, invertimos todos nuestros esfuerzos en crear cosas que nos hagan pensar menos. Sabemos y podemos crear máquinas que pueden realizar millones de operaciones matemáticas por segundo, pero en los últimos 2000 años apenas hemos tocado esa máquina que nos viene de serie llamada cerebro.
Y de nuevo, creamos maneras de evitar siquiera un vago intento de entenderlo. Internamos a las personas con problemas mentales en centros de ayuda sólo porque no tenemos los conocimientos necesarios para poder potenciar las virtudes que supone tener una mente no sujeta a los mismos filtros que la nuestra. Y sucintamente alabamos al nivel de todopoderosos señores del conocimiento a dos o tres que si han conseguido evitar todos los filtros solo porque toparon con alguien que supo ver esto mismo que yo describo, o solamente porque tuvieron previamente los suficientes recursos económicos como para poder expresar sus opiniones sin depender de nadie.
A los pobres locos los llamamos paranoicos y enfermos mentales y a los ricos los llamamos excéntricos. Y todo esto tiene como consecuencia ineludible que aquellas personas que en algún momento se pararon a pensar, pero que viven dentro de la sociedad, tengan reparo de entrar en el mundo de las ideas y miedo de sus propios pensamientos.
Vivimos encerrados en el mundo de Orwell. Y nadie se da cuenta. Y si lo hacen, se callan. Enviamos dispositivos inteligentes a Marte mientras no conocemos ni siquiera el interior de nuestros océanos. Y quien se adentra ahí normalmente lo hace con fines que nada tienen que ver con el conocimiento sino más bien con la riqueza.
No se justifican sus acciones, pero el si consigue esgrimir argumentos para que muchos de sus congéneres le avalen y luchen por su causa, aunque ello implique matar y torturar a miles de personas inocentes. ¿Y sabéis que? Ese tipo amen de emprender acciones rotundamente negativas demostró al mundo el poder de una mente con las ideas claras. El se convenció de algo y luego hizo partícipes a muchos otros de su visión del mundo. Así de veletas somos.
Pero luego nos indigna que se ataquen las torres gemelas mientras nos quedamos de brazos cruzados e incluso ignoramos el hecho de que cada día, en el mundo, mueren por un virus casi 7000 personas, esto es, mas del doble de los que murieron en aquellos ataques. Esto significa a todos los efectos, que las vidas tienen valores distintos dependiendo de lo que esté de moda.
0 comentarios:
Publicar un comentario